El melanoma es uno de los tumores de piel más agresivos. Últimamente, está teniendo una especial incidencia, diagnosticándose alrededor de 4.000 nuevos casos al año. La exposición solar directa en las horas centrales es uno de los principales factores que facilitan su aparición, así como no proteger la piel adecuadamente cuando se está al aire libre y no solo en la playa o en la piscina. ¿Cómo se detecta? ¿Es fácil de diagnosticar? ¿Existe tratamiento? Son preguntas a las que vamos a darle respuesta.

Detección

A la hora de detectar el melanoma es muy importante estar atento a manchas pecas que puedan aparecer en la piel y vigilarlas para ver cómo están evolucionando, aunque siempre, ante la duda, es mejor acudir al médico para cerciorarse del diagnóstico.

En esta observación en casa, hay que tener en cuenta una serie de señales que son las que identifican claramente a un melanoma. En general, suelen ser asimétricos en su forma, además de tener bordes irregulares y no presentar un color uniforme. Además, el diámetro suele ser de más de seis milímetros, aunque puede haber melanomas más pequeños. En aquellos casos en los que el lunar o peca cambie de forma, tamaño o color, hay que acudir al médico.

Además, hay otras señales que también pueden indicar que se está ante un melanoma como una llaga que no cicatriza, el enrojecimiento o una nueva inflamación que va más allá del borde del lunar, comezón o dolor en la zona del lunar y la descamación o sangrado.

Diagnóstico y tratamiento

El diagnóstico médico es fundamental para saber si se tiene o no un melanoma. El doctor utiliza un aparato que se llama dermatoscopio, que tiene una lente de diez aumentos para observar bien la estructura que no se ve a simple vista.

En aquellos casos en los que se crea que se tiene un melanoma, se procederá a extirparlo, junto con sus márgenes. Es común realizar un análisis de la muestra de la piel en el microscopio.

Normalmente, con extirparlo puede ser suficiente, aunque algunos pacientes pueden requerir un tratamiento posterior, sobre todo, si existe riesgo de metástasis. Lo habitual es suministrar interferón, cuya acción se centra en impedir que se multipliquen las células cancerosas, o bien inmunoterápicos como pembrolizumab y nivolumab.