
En México hay personajes que se posicionan como portavoces del libre mercado, defensores de la iniciativa privada y adalides de la libertad económica. Ricardo Salinas Pliego es, quizá, el ejemplo más visible de esa narrativa.
Desde sus redes sociales lanza críticas al gobierno, se burla del pago de impuestos y transmite una imagen de “empresario que no debe cuentas a nadie”. Pero detrás del discurso, el panorama real parece mostrar otro rostro: el de un hombre con adeudos fiscales multimillonarios, estructuras de opacidad y una red de influencias que todos conocen.
¿Cuál es la historia real?
Salinas Pliego heredó gran parte de su fortuna y posición. Según reportes, acumula miles de millones de pesos de deuda fiscal con el Servicio de Administración Tributaria (SAT) y ha sido señalado una y otra vez por prácticas de evasión y uso de paraísos fiscales.
Igualmente, su conglomerado empresarial —Grupo Salinas— abarca medios de comunicación, tiendas, bancos, telecomunicaciones… un verdadero imperio que mezcla poder mediático, capital financiero y una presencia política que no pasa desapercibida.
El discurso vs. los hechos
En sus canales y declaraciones, Salinas Pliego se presenta como un tipo que “hizo valer su esfuerzo”, que cree en la meritocracia y que demanda menos intervencionismo estatal. Pero por otro lado, la contraparte muestra que el negocio familiar desde sus orígenes implicó maniobras para eludir obligaciones fiscales o fraccionar pagos de impuestos, con complicidades políticas que han persistido.
Así que mientras proclama que “la desigualdad es una fortaleza”, según lo citado en su biografía, también se topa con una realidad que lo pone frente a adeudos, sanciones y cuestionamientos éticos.
¿Por qué importa?
Porque este tipo de personajes moldean la opinión pública: alaban el individualismo, el libre mercado, el poder empresarial… pero al mismo tiempo acumulan privilegios, esquivan cargas sociales y crean estructuras donde el Estado les debe más de lo que ellos le deben al Estado.
En un país con altos niveles de desigualdad y tensión entre “los de arriba” y “los de abajo”, esta dualidad genera desconfianza, reclamos de justicia y una sensación creciente de que las reglas no son iguales para todos.
¿Y ahora qué?
El reto es doble: primero, que la autoridad fiscal y judicial actúe con transparencia y firmeza (sin sesgos), para que estos casos no queden impunes. Y segundo, que la sociedad —nosotros— reconozcamos cuándo discursos de libertad esconden privilegios y cuándo privilegios se visten de esfuerzo para legitimar su estatus.
Porque la pregunta que queda es: ¿qué tanto de ese éxito empresarial es genuino y cuánto de él descansa en esquemas de privilegio y complicidad?